La mejor novela que no he escrito



Antes de empezar quiero aclarar que este es el último “episodio” de una propuesta tan posmodernista como cutre que se divide en:

2)      Noticia aparecida en la web Origen Cuántico
3)      La verdad está aquí dentro, publicada en la sección Ficción Cuántica de la misma web.
4)    Hilo de Twitter que publiqué en mi cuenta.    

Pretendo explicarme y aclarar a qué se debe mi experimento literario, y lo voy a hacer partiendo de una llamada.
 
Esta mañana en el trabajo, mientras luchaba contra una modorra cósmica provocada por un aburrimiento universal, deshecho delante de la pantalla de mi ordenador, y aferrado a una taza de café que llevaba demasiado tiempo vacía como para que me sirviera ya de estímulo, pero demasiado poco tiempo vacía como para poder, legalmente, ir a rellenarla, rezaba a lo que quiera que los ateos recen para que sucediera algo, lo que fuera, que me permitiera salir de la espiral descendente que conducía hacia la negritud más negra.
Y sucedió. El teléfono sonó. Y una de dos, o cambio la música de Super Mario que decidí ponerle como sintonía al móvil tras un arrebato de nostalgia nerdy, o aprendo a vivir con el bochorno que me provoca el que esa y otras muchas cosas mías se manifiestan sin filtro ni sordina. Al menos, escapé de la espiral. Me atreví a soltar la taza vacía, y Super Mario me impulsó lo suficiente como para rehacerme hasta casi alcanzar la configuración de un homínido bípedo. Me desplacé fuera de la sala, hasta una especie de rellano que todos utilizan para hablar por teléfono, cuchichear novedades y criticar viejedades.

-          ¿Sí?
-          José María, soy Rablo.
Hacía mucho que no hablaba con mi editor, aproximadamente desde que presentamos mi novela. 
-          Hombre, Rablo, ¿qué pasa?, ¿vamos a sacar una segunda edición de mi novela?
Yo sabía perfectamente a qué se debía aquella llamada. Hacía menos de un mes habíamos intercambiado unos correros. Yo le había pasado varias páginas con un relato. Era una historia más o menos cerrada, pero podía servir de esbozo a una historia mucho mayor. Quizás una novela. Bueno, con toda probabilidad podía sacarse de esa historia una novela. Como solía ser frecuente en él, no tardó en responderme. Por la forma que tuvo de redactar el correo de respuesta se notaba lo apresurado, casi frenético, que iba. No cometió faltas, ni perdió la estructura, pero por decirlo de alguna forma, casi se podía ver la mala letra de la redacción rápida. O eso me figuré yo. Porque quizás no debería criticarlo por ser correcto y no demorarse en responderme.  
No voy a transcribirlo, pero en el correo mencionaba el sorprendente giro que le había dado a mi estilo, no elogiaba directamente el cuento, pero soltaba palabras corporativas, tipo potencial, reto, rendimiento y, entrelíneas, incluso leí el término capital. Además, habló de darse prisa, de hacer una excepción conmigo, a pesar de que los plazos de recepción de manuscritos en la editorial estaban completa y absolutamente cerrados. En definitiva, me conminaba a seguir con aquel proyecto. Yo le respondí sobre la marcha:
“Me pongo a trabajar en ello”.
Por lo que nos dijimos, el compromiso implícito por mi parte era trabajar en una novela que desarrollara el material que le había pasado.

-          José María, ¿qué tal?, ¿cómo te va? Mira, ¿puedes hablar? – en ese momento intenté esbozar una velada excusa, insinuar que estaba muy liado en el trabajo o algo por el estilo, más que nada por intentar meterle prisa, que se estresara un poco. Fue inútil, ni siquiera atendió a lo que le estaba diciendo y prosiguió con su tema.-Te llamaba para preguntarte por la novela. Imagino que habrás estado liado con el blog que has estado publicando. Y es que de eso quería hablarte. ¿No crees que estás usando demasiados temas de la novela para la historia del blog? - ¡estoy seguro de que se lo había leído enterito, de pe a pa! El infumable blog, con las publicaciones aledañas y el infinito hilo de Twitter anejo. Todo. Se lo había leído todo. En ese punto supe lo que estaba pensando, algo tal como esto: Por momentos me ha dado la sensación de que todo esto que has ido publicando en las últimas semanas era la propia novela hecha añicos, descompuesta, parcialmente digerida, regurgitada, vuelta a ingerir, luego cagada, entonces pisoteada accidentalmente, y convertida en una serie de huellas de mierda mientras caminabas con el mojón pegado en tu suela por el paseo marítimo de Matalascañas.

-          ¿Lo has leído? – lo interrumpí- pues sí, la verdad es que sí. Tienes toda la razón - ¿para qué prolongar aquella situación?, mejor confesarlo todo-, he decidido convertir el formato de la novela en algo diferente, más novedoso. Creo que hay que aprovechar los nuevos medios para expandir la literatura, y pienso que ese paso aún no se ha dado con convicción. Hasta ahora sólo he visto productos ligeros en blogs o Twitter, pero la verdadera literatura aún no ha hecho acto de presencia.
Añadí un par de frases estereotipadas y pretenciosas más con el objetivo de provocarlo. Pero el bueno de Rablo no se dejó. Tampoco evitó que su decepción quedara clara.

-          No sé, José María, no lo tengo nada claro. Aquel cuento y las ideas que tenías, era lo mejor que he leído en mucho tiempo. Aquello, no te exagero, era lo mejor que he tenido en mis manos de editor. Pero el producto en el que lo has convertido… me ha costado reconocerlo. Está todo tan desfigurado, tan mezclado con otras cosas. Me parece una pena que no siguieras por el camino del estilo de aquel cuento.
La conversación no duró mucho más. Le di largas sin concretarle si pensaba retomar el proyecto de la novela o no. Me había alegrado la mañana y el aburrimiento no hizo presa de mí en un buen rato.

Ahora debería explicar el porqué de todo esto. A qué se debe esta actitud destructiva con mis propias ideas y mi obra. Por qué complicarme tanto con un blog, hilos de Twitter y publicaciones en webs cuando tenía entre manos un material potente para una novela y el apoyo explícito de una editorial. Se podría alegar que es una editorial pequeña, que tal y como funciona el mercado editorial actualmente y por muy bueno que fuera el material, no iba a llegar muy lejos. Pero eso, además de ser hasta cierto punto cuestionable, no convierte un puto blog y un hilo de Twitter en algo más trascendente que la escoria postmodernista y pretenciosa que son.
La justificación a todo esto la podría dividir en tres puntos autosuficientes:

1)      En realidad, el material del que partía, el cuento que le envié a mi editor, no era, ni por asomo, tan maravilloso. Lejos de la infalibilidad, más bien era un conjunto de reciclados de otros temas ajenos.
2)      No creo que tenga capacidad o talento para escribir una buena novela, aunque partiera de ideas sublimes.
3)      La más que fundada sospecha de que uno o los dos puntos anteriores sean verdad, y preferir no afrontarlo, me lleva al auto-sabotaje pusilánime disfrazado de experimento para enmascarar la dolorosa verdad. 

Y digo que podría ser esa la explicación. De la misma forma que podrían ser otras muchas. Como por ejemplo, que una voz en mi interior me dijo que lo hiciera. Pero claro, decir eso es como no decir nada. Todo lo que hacemos responde a la instrucción de una voz interior. ¿O no podría traducirse a un comando de voz cualquier acto de la voluntad? ¿No hay siempre algo, un pensamiento, una sinapsis, o un flujo hormonal que impulsa tus actos? ¿Y esto no es como una voz interior dando órdenes? ¿Implica eso que un inquilino me ha controlado? No. Tampoco lo descarta. Así que, añadamos un punto más:

4)      Mi inquilino me ha dirigido para redactar y publicar todo esto.  

Obviamente estoy arrepentido de haber escrito el Blog, el artículo en la Web y el hilo de Twitter. O más bien, lamento haberlo hecho, porque arrepentimiento implica que hubiera existido una alternativa, y sé que no la hubo. No para mí. Obedecer voces, internas o externas, es lo que tiene, que no existe tu voluntad. Ni el talento para cambiar de estilo a estas alturas y elaborar una novela que alguien lea con placer. Además, seré sincero de una vez, tampoco existió el brillante relato inicial. De hecho, mi editor no sabe nada de esto. Sí que sabe lo del blog y demás. Pero la llamada se la hice yo a él, para que lo leyera y lo compartiera en RRSS.
Pero esto era necesario. Quizás parezca exagerado a cualquiera que haya seguido este recorrido que os he planteado, pero llevo más de diez meses elaborando este aparente sinsentido. Y quizás lo sea, pero hay una cosa que está clara para mí, y es que con este último relato llego a la cima de la realidad (o casi). Vengo trabajosamente ascendiendo por una laberíntica escalera de caracol todo este tiempo. Desde un nivel profundo, lejano a la realidad, allí donde habitan los inquilinos y el apocalipsis de la conciencia, he ido avanzando a base de negar lo ya establecido y apoyándome en diversos escalones, dispares y tergiversados, como mi profesión, mi afición o la cuántica, para llegar a un lugar que casi se corresponde con la realidad.
Después de tanto recorrer este laberinto, me topo con una motivación, una limitación y una paradoja.
La motivación: llegar a definirme como individuo
La limitación: No soy solo un individuo, sino muchos trozos de individuos. Cualquier definición deja fuera muchos fragmentos.
La paradoja: Utilizo la literatura para definirme, pero la definición incluye a la literatura. Es como decir que los ladrillos ponen el límite a lo que es la casa. Pero los ladrillos son la casa. 

¿Será este el final de este fragmentario relato? ¿O sólo un episodio más en forma de confesión? Pues cabe la posibilidad de que esto sea el preámbulo idiota e incomprensible a una pretenciosa novela. Lo cual sería ya el colmo. Pero ¿quién es capaz de negarle algo a su inquilino? 

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