Antes de empezar
quiero aclarar que este es el último “episodio” de una propuesta tan
posmodernista como cutre que se divide en:
1) El blog Atrapado en José
María Maesa Márquez
2) Noticia aparecida en la web Origen
Cuántico
3) La verdad está aquí dentro,
publicada en la sección Ficción Cuántica de la misma web.
4) Hilo de
Twitter que publiqué en mi cuenta.
Pretendo
explicarme y aclarar a qué se debe mi experimento literario, y lo voy a hacer
partiendo de una llamada.
Esta mañana en
el trabajo, mientras luchaba contra una modorra cósmica provocada por un
aburrimiento universal, deshecho delante de la pantalla de mi ordenador, y
aferrado a una taza de café que llevaba demasiado tiempo vacía como para que me
sirviera ya de estímulo, pero demasiado poco tiempo vacía como para poder,
legalmente, ir a rellenarla, rezaba a lo que quiera que los ateos recen para
que sucediera algo, lo que fuera, que me permitiera salir de la espiral
descendente que conducía hacia la negritud más negra.
Y sucedió. El
teléfono sonó. Y una de dos, o cambio la música de Super Mario que decidí
ponerle como sintonía al móvil tras un arrebato de nostalgia nerdy, o aprendo a vivir con el bochorno
que me provoca el que esa y otras muchas cosas mías se manifiestan sin filtro
ni sordina. Al menos, escapé de la espiral. Me atreví a soltar la taza vacía, y
Super Mario me impulsó lo suficiente como para rehacerme hasta casi alcanzar la
configuración de un homínido bípedo. Me desplacé fuera de la sala, hasta una
especie de rellano que todos utilizan para hablar por teléfono, cuchichear
novedades y criticar viejedades.
-
¿Sí?
-
José María, soy Rablo.
Hacía mucho que
no hablaba con mi editor, aproximadamente desde que presentamos mi novela.
-
Hombre, Rablo, ¿qué pasa?, ¿vamos a sacar una
segunda edición de mi novela?
Yo sabía
perfectamente a qué se debía aquella llamada. Hacía menos de un mes habíamos
intercambiado unos correros. Yo le había pasado varias páginas con un relato.
Era una historia más o menos cerrada, pero podía servir de esbozo a una
historia mucho mayor. Quizás una novela. Bueno, con toda probabilidad podía
sacarse de esa historia una novela. Como solía ser frecuente en él, no tardó en
responderme. Por la forma que tuvo de redactar el correo de respuesta se notaba
lo apresurado, casi frenético, que iba. No cometió faltas, ni perdió la
estructura, pero por decirlo de alguna forma, casi se podía ver la mala letra
de la redacción rápida. O eso me figuré yo. Porque quizás no debería criticarlo
por ser correcto y no demorarse en responderme.
No voy a
transcribirlo, pero en el correo mencionaba el sorprendente giro que le había
dado a mi estilo, no elogiaba directamente el cuento, pero soltaba palabras
corporativas, tipo potencial, reto, rendimiento y, entrelíneas, incluso leí el término capital. Además, habló de darse prisa,
de hacer una excepción conmigo, a pesar de que los plazos de recepción de
manuscritos en la editorial estaban completa y absolutamente cerrados. En
definitiva, me conminaba a seguir con aquel proyecto. Yo le respondí sobre la
marcha:
“Me pongo a
trabajar en ello”.
Por lo que nos
dijimos, el compromiso implícito por mi parte era trabajar en una novela que
desarrollara el material que le había pasado.
-
José María, ¿qué tal?, ¿cómo te va? Mira,
¿puedes hablar? – en ese momento intenté esbozar una velada excusa, insinuar
que estaba muy liado en el trabajo o algo por el estilo, más que nada por
intentar meterle prisa, que se estresara un poco. Fue inútil, ni siquiera
atendió a lo que le estaba diciendo y prosiguió con su tema.-Te llamaba para
preguntarte por la novela. Imagino que habrás estado liado con el blog que has
estado publicando. Y es que de eso quería hablarte. ¿No crees que estás usando demasiados
temas de la novela para la historia del blog? - ¡estoy seguro de que se lo
había leído enterito, de pe a pa! El infumable blog, con las publicaciones
aledañas y el infinito hilo de Twitter anejo. Todo. Se lo había leído todo. En
ese punto supe lo que estaba pensando, algo tal como esto: Por momentos me ha
dado la sensación de que todo esto que has ido publicando en las últimas
semanas era la propia novela hecha añicos, descompuesta, parcialmente digerida,
regurgitada, vuelta a ingerir, luego cagada, entonces pisoteada
accidentalmente, y convertida en una serie de huellas de mierda mientras
caminabas con el mojón pegado en tu suela por el paseo marítimo de
Matalascañas.
-
¿Lo has leído? – lo interrumpí- pues sí, la
verdad es que sí. Tienes toda la razón - ¿para qué prolongar aquella
situación?, mejor confesarlo todo-, he decidido convertir el formato de la
novela en algo diferente, más novedoso. Creo que hay que aprovechar los nuevos
medios para expandir la literatura, y pienso que ese paso aún no se ha dado con
convicción. Hasta ahora sólo he visto productos ligeros en blogs o Twitter,
pero la verdadera literatura aún no ha hecho acto de presencia.
Añadí un par de
frases estereotipadas y pretenciosas más con el objetivo de provocarlo. Pero el
bueno de Rablo no se dejó. Tampoco evitó que su decepción quedara clara.
-
No sé, José María, no lo tengo nada claro. Aquel
cuento y las ideas que tenías, era lo mejor que he leído en mucho tiempo.
Aquello, no te exagero, era lo mejor que he tenido en mis manos de editor. Pero
el producto en el que lo has convertido… me ha costado reconocerlo. Está todo
tan desfigurado, tan mezclado con otras cosas. Me parece una pena que no
siguieras por el camino del estilo de aquel cuento.
La conversación no
duró mucho más. Le di largas sin concretarle si pensaba retomar el proyecto de
la novela o no. Me había alegrado la mañana y el aburrimiento no hizo presa de
mí en un buen rato.
Ahora debería
explicar el porqué de todo esto. A qué se debe esta actitud destructiva con mis
propias ideas y mi obra. Por qué complicarme tanto con un blog, hilos de
Twitter y publicaciones en webs cuando tenía entre manos un material potente
para una novela y el apoyo explícito de una editorial. Se podría alegar que es
una editorial pequeña, que tal y como funciona el mercado editorial actualmente
y por muy bueno que fuera el material, no iba a llegar muy lejos. Pero eso,
además de ser hasta cierto punto cuestionable, no convierte un puto blog y un
hilo de Twitter en algo más trascendente que la escoria postmodernista y
pretenciosa que son.
La justificación
a todo esto la podría dividir en tres puntos autosuficientes:
1)
En realidad, el material del que partía, el
cuento que le envié a mi editor, no era, ni por asomo, tan maravilloso. Lejos de
la infalibilidad, más bien era un conjunto de reciclados de otros temas ajenos.
2)
No creo que tenga capacidad o talento para
escribir una buena novela, aunque partiera de ideas sublimes.
3)
La más que fundada sospecha de que uno o los dos
puntos anteriores sean verdad, y preferir no afrontarlo, me lleva al
auto-sabotaje pusilánime disfrazado de experimento para enmascarar la dolorosa
verdad.
Y digo que
podría ser esa la explicación. De la misma forma que podrían ser otras muchas.
Como por ejemplo, que una voz en mi interior me dijo que lo hiciera. Pero
claro, decir eso es como no decir nada. Todo lo que hacemos responde a la
instrucción de una voz interior. ¿O
no podría traducirse a un comando de voz cualquier acto de la voluntad? ¿No hay
siempre algo, un pensamiento, una sinapsis, o un flujo hormonal que impulsa tus
actos? ¿Y esto no es como una voz
interior dando órdenes? ¿Implica eso que un inquilino me ha controlado? No.
Tampoco lo descarta. Así que, añadamos un punto más:
4)
Mi inquilino me ha dirigido para redactar y
publicar todo esto.
Obviamente estoy
arrepentido de haber escrito el Blog, el artículo en la Web y el hilo de
Twitter. O más bien, lamento haberlo hecho, porque arrepentimiento implica que
hubiera existido una alternativa, y sé que no la hubo. No para mí. Obedecer
voces, internas o externas, es lo que tiene, que no existe tu voluntad. Ni el
talento para cambiar de estilo a estas alturas y elaborar una novela que
alguien lea con placer. Además, seré sincero de una vez, tampoco existió el
brillante relato inicial. De hecho, mi editor no sabe nada de esto. Sí que sabe
lo del blog y demás. Pero la llamada se la hice yo a él, para que lo leyera y
lo compartiera en RRSS.
Pero esto era
necesario. Quizás parezca exagerado a cualquiera que haya seguido este
recorrido que os he planteado, pero llevo más de diez meses elaborando este
aparente sinsentido. Y quizás lo sea, pero hay una cosa que está clara para mí,
y es que con este último relato llego a la cima de la realidad (o casi). Vengo
trabajosamente ascendiendo por una laberíntica escalera de caracol todo este
tiempo. Desde un nivel profundo, lejano a la realidad, allí donde habitan los inquilinos y el apocalipsis de la
conciencia, he ido avanzando a base de negar lo ya establecido y apoyándome en
diversos escalones, dispares y tergiversados, como mi profesión, mi afición o
la cuántica, para llegar a un lugar que casi se corresponde con la realidad.
Después de tanto
recorrer este laberinto, me topo con una motivación, una limitación y una
paradoja.
La motivación:
llegar a definirme como individuo
La limitación:
No soy solo un individuo, sino muchos trozos de individuos. Cualquier
definición deja fuera muchos fragmentos.
La paradoja:
Utilizo la literatura para definirme, pero la definición incluye a la
literatura. Es como decir que los ladrillos ponen el límite a lo que es la
casa. Pero los ladrillos son la casa.
¿Será este el
final de este fragmentario relato? ¿O sólo un episodio más en forma de
confesión? Pues cabe la posibilidad de que esto sea el preámbulo idiota e
incomprensible a una pretenciosa novela. Lo cual sería ya el colmo. Pero ¿quién
es capaz de negarle algo a su inquilino?
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