Dos


Ahora ya sabéis que soy el inquilino de José María, pero aún no me he presentado. Y no lo he hecho porque no es una cuestión tan sencilla como pudiera pareceros. Mi nombre es  . Y no, no es ningún error tipográfico, hay un espacio en blanco tras “mi nombre es” porque nuestros nombres son imposibles de trascribir en esta forma de expresión. Lo que si he hecho ha sido pronunciarlo mientras José María lo escribía. La forma en la que lo habréis percibido habrá sido como una especie de pesadez anal momentánea. Pero claro, lo habréis notado cuando lo he pronunciado, no cuando leáis esto. Quizás, en ese momento, lo confundierais con un apretón, o haya coincidido con que estabais cagando o introduciéndoos algo por el culo,  y no lo recordéis. En fin, que las cualidades interdimensionales tienen sus desfases.
Puede que alguno de vosotros os estéis preguntando qué sentido tiene que me presente, o que os hable lo que sea que os quiera hablar, si os he dicho que la humanidad no me interesa en absoluto como público, y que el objetivo de este blog es lanzar un mensaje de esperanza a mis congéneres, para recordarles que algunos de nosotros seguimos trabajando en la aniquilación de la humanidad y la consecuente liberación de todos los inquilinos de la TE humana. Pues bien,  a estos que se planteen estas ingeniosas cuestiones  les diré que, obviamente, José María debe creer que este blog lo escribe él para vosotros, humanos, y por lo tanto debo de mantener la absurda pose de que sois mi público prioritario. Prometo no trataros como imbéciles y no estaré aclarando los diferentes niveles narrativos a cada nuevo paso. 
Ahora os voy a contar una anécdota que le pasó a un amigo. Le sucedió hace ya un tiempo. Estaba sentado –su huésped humano estaba sentado, he dicho que no iba a hacer este tipo de aclaraciones, pero es que, lo siento, os conozco bien, y sé que tenéis vuestras limitaciones- descansando después de un agotador día. Miraba, medio hipnotizado, medio dormido,  el fuego que danzaba sobre un puñado de troncos. Hacía un buen rato que no prestaba atención a lo que estaban contando los otros. De repente recordó una cosa – sí, efectivamente, el cerebro del humano recordó una cosa – que había pasado esa misma tarde: había apoyado su mano para levantarse y se la había manchado con ese barro intensamente rojo de allí fuera.  Se la había limpiado usando el tronco liso de un árbol. Fue entonces que mi amigo vio la oportunidad, y por supuesto no la dejó pasar. A esas alturas ya sabía que sinapsis desencadenar para provocar ciertas reacciones. El humano se levantó, llevaba en la mano el recipiente en el que había estado bebiendo,  salió y se dirigió hasta donde estaba el barro.  Arrastró el recipiente por encima del barro para llenarlo lo más posible de esa sustancia. Cuando volvió los otros seguían hablando, él fue hasta la pared más próxima, el fuego diseñaba imágenes abstractas en ella. Entonces tuvo la atención de todos, lo supo porque cuando llegó a la pared ya solo oía el crepitar del fuego. Con su dedo mojado en la sustancia de color comenzó a trazar líneas sinuosas en la pared. Su intención fue dibujar una cara, la de una mujer que había visto hacía pocos días en otra tribu. Pronto comprendió que no sería capaz. No al menos como la tenía en la cabeza. 
-¿Por qué estás manchando la pared? -le preguntó alguien tras él. 
-No lo sé. Quería crear la imagen de algo que no está aquí. 
El arte nació como primer intento de un inquilino atrapado en un humano de romper la Era de la oscuridad. Llamamos así al prolongado periodo que duró desde que el primer inquilino fue atrapado en un cerebro humano, hasta que uno de nosotros supo que no estaba solo, que había muchos más congéneres atrapados en otros humanos.  No sirvió de mucho, al menos no los primeros milenios. Pero vosotros lo habéis venido flipando con el tema del arte desde el principio. 
Eso tan fascinante que percibís en el arte, esa especie de conexión con algo inefable, un mensaje indescifrable pero, a la vez, comprensible, que muchos apreciáis cuando estáis ante una buena obra de arte, pues somos nosotros. O bien la intención que tuviera el inquilino que impulsara la obra, o el mensaje que quisiera transmitir, o en definitiva, esa cualidad polidimensional que nos caracteriza, y de la que los humanos, como usuarios de una muy limitada conciencia, sois capaces de intuir en la lejanía, como el eco del chimpún final de un grandioso concierto sinfónico que ha tenido lugar justo al otro lado de un profundo valle. 

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