Tres



Si se ha dado el caso que alguien esté leyendo estos textos con algo de interés, puede que tenga algunas dudas acerca del planteamiento que pensará que José María está realizando. Y si además confluye la inverosímil circunstancia de que sea uno de los escasos lectores de alguna de sus obras, creerá reconocer rasgos comunes con lo aquí redactado. Hallará giros similares a los empleados por él, la misma forma molesta de querer escribir descaradamente de manera creativa, e incluso ideas con pretensiones de profundidad que no son más que ocurrencias bastante torpes. 
Debo pediros disculpas por todo esto. Os insisto en que no soy yo -  el inquilino - el que escribe esto, sino que es, sin ningún matiz que añadir, José María. El mismo autor responsable del  “memorable” libro de relatos titulado De humor apocalíptico o de la novela casi visionaria, sólo que ni de coña, D.I.O.S. Tanto en esas obras como en el resto de sus escritos, yo me limité a  lanzar una idea, desde lo más profundo de la cueva neuronal en la que habito, que inevitablemente fue chocando con las múltiples estalactitas y estalagmitas que la ineficiente evolución ha dejado, como flecos sueltos, en la mente de José María y en la de todos vosotros. Por lo tanto la idea, por muy pura que sea, se deforma al añadírsele cuestionables capas y aderezos. En consecuencia, os pediría que hicierais el esfuerzo y os quedarais con  lo esencial, olvidando la forma y el fuerte aroma a José María que desprende todo esto. 
¡No sabéis como me divierte este ejercicio! ¡Como si fuerais capaces de abstraeros de esa forma, y quedaros con lo esencial! Todos estáis limitados por esas cuevas mentales escabrosas e inútiles. Venga, os voy a contar otra anécdota para ilustraros esto. Hace un puñado de miles de años un inquilino, que por entonces vivía una etapa hippy de comunión con su huésped, creyendo ingenuamente que eran un todo indivisible y mucho más poderoso que las partes, se le ocurrió una manera de mejorar el grupo social en el que su huésped estaba viviendo. 
Consiguió introducir en la mente de aquel humano la idea de colectividad. Algo que para los inquilinos es básico, la conexión entre nosotros es muy fuerte y, cuando no estamos encerrados en una TE, nuestra unión es tan intensa que podemos considerar que existe una capa por encima de nuestra propia identidad que es una mente colectiva. En aquel entonces, el ingenuo inquilino creyó como Jung milenios después de él, que los humanos, a cierto nivel, estabais cerca de poder conseguir esa misma unión.  Y él quiso fomentar esa posibilidad para cohesionar la sociedad y ayudaros a avanzar. 
La idea era buena, y muy pura, pero en la caverna mental de aquel humano suscitó algo muy diferente a lo esperado por el inquilino. Aquel humano se hizo con aquel concepto, lo amasó y le dio forma. Lo pervirtió. Y lo prostituyó. Comprendió el poder que aquel sentimiento de pertenencia al grupo, innato en sus congéneres, podía granjearle al que supiera canalizarlo adecuadamente. 
Aunque su nombre se ha perdido para vosotros, fue él, mucho antes que Sargón de Acad, el que por primera vez en vuestra historia hizo que miles de personas, completos desconocidos entre ellos sin vínculos que los unieran más allá de una relativa proximidad geográfica, se sintieran parte de una única entidad imaginaria, que hoy llamaríais país, pero que él llamó algo así como Gran Tribu, y que sólo fue capaz de definir diciendo lo que no era, mediante la exclusión. 
Aquella colectividad no duró mucho, pero dio de sí lo suficiente como para colmar de gloria y riquezas a aquel hombre. En cuanto a los miembros de la Gran Tribu, los que sobrevivieron a los enfrentamientos bélicos que suscitó aquel proyecto, acabaron siendo víctimas de venganzas y luchas intestinas cuando el líder desapareció. Pero la idea del inquilino, deformada por el humano, ha atravesado toda vuestra historia, como una fina aguja que arrastra un alambre de púas de fronterizo, en lugar de un hilo, y terminando por sublimarse en los nacionalismos del último par de siglos. Resumiendo, una idea que albergaba la posibilidad de convertiros en un ser superior, en cambio produjo muerte, sufrimiento y destrucción hasta culminar con la apoteosis de las guerras mundiales. Y aún el nacionalismo, la prostitución de la idea original, sigue bien vivo.    
Y, sí, aquel bienintencionado inquilino era la ingenua versión de mí que aún no os conocía lo suficiente. Claro, que desde entonces he aprendido mucho. Por ejemplo, a introducir ideas en vuestra mente de manera que estas no den de sí adefesios tan tremendos. Pero es inevitable que algo de vuestra cosecha se impregne en ellas. Y también he aprendido a abandonar ideas románticas y ser mucho más práctico. No puedo pretender hacer de vosotros lo que no sois, ni podréis llegar a ser nunca. Lo que sí que puedo aspirar es a librarme de vosotros de una vez. 

Comentarios