Nueve



Conozco perfectamente vuestra cuestionable lógica emocional, así que no será para mí una sorpresa que reprobéis lo que me dispongo a hacer con vuestra forma de existencia encerrada en la biología. Incluso sé que ningún ser humano suficientemente limitado por lo que soléis llamar valores sociales y educativos aprobaría lo que he hecho con José María. Pero si bien todas esas moralidades me parecen lamentables, con el paso de los siglos de contacto humano he adquirido algunos hábitos que, no tengo claro, si son aportación vuestra, nuestra, o mixta. Por ejemplo, me parecería antiestético no escribir esta última entrada del blog y dejar la historia sin concluir, empleando ese concepto tan humano de principio y fin, como si las cosas habitualmente tuvieran tal conformación, o tales atributos. Las cosas no acaban, ni empiezan. Las cosas son. Si no, es que sencillamente no son. Pero tanto tiempo viendo cómo pensáis y como vivís, y viviendo, a la fuerza, como vosotros, ha hecho que ahora me encuentre escribiendo esto. Y no es porque piense que alguien en concreto ha estado leyendo las entradas anteriores y ahora, al leer esta, podrá entender qué ha pasado. Es por mí, porque este último texto es necesario para que yo considere el asunto conceptual y estéticamente cerrado.   
Este blog tenía un objetivo que cumplió a la perfección con las tres primeras entradas. Podéis verlo como un programa informático que ayudó a configurar la mente de José María, o si preferís una explicación mítica – no nos engañemos, en el fondo con el mito es con lo que os sentís cómodos, todo eso de la ciencia y la racionalidad no existiría, al menos no como lo conocéis hoy en día, si no os hubiéramos forzado a ver las cosas de esa manera -, fue un largo conjuro que sirvió para someter al espíritu de José María. No quiero que penséis que él tiene  algo de especial, porque no es así. Es cierto que tiene un perfil que encaja bien con lo que necesitábamos, pero es un perfil que se puede encontrar con relativa frecuencia en los humanos. La cuestión crítica en su elección no era nada relativo a él, sino, obviamente a mí, el inquilino que, hasta hace escasos segundos, vivía atrapado en su interior.

Porque son segundos lo que ha transcurrido desde que me he librado de mi trampa encefálica. Y no, no es que haya matado a José María. O no exactamente. Es cierto que su cuerpo va a ser incinerado en las próximas horas. Pero algo parecido a lo que podríamos considerar tanto su individualidad como su conciencia siguen vivos y activos. De hecho, estoy muy orgulloso de él, porque, sin que se lo hayamos impedido, tampoco le hemos facilitado el canal para que emitiera unas angustiosas últimas palabras mientras transferíamos la mayor parte de su identidad al nuevo soporte que lo alberga ahora. Y sin embargo ha logrado hacerlo, ha publicado una última entrada en el blog pidiendo auxilio, usando para ello su mente y su incipiente conexión a una realidad mucho mayor. Ahora está aquí, conmigo, si es que los conceptos aquí y conmigo tienen algún sentido en mi situación. Le voy a pedir que me diga qué quiere trasmitiros:

 -Soy yo, soy yo, soy yo, soy yo…

O estas son las palabras que más se aproximan a la información que emite lo que fue José María. Supongo que está un poco sobrepasado por la inmensidad consciente en la que ahora está inmerso, que no es otra cosa que yo mismo. Esperemos que supere el miedo a diluirse. O que se diluya. Porque con esta actitud tan egoísta no llegará a ningún lado. Si no fuera por mi abrumadora superioridad, estaría exultante comprobando lo que sucede cuando los papeles se intercambian, y ahora es su conciencia, la del ser que hasta hace instantes era mi TE, el que está atrapado en mi interior. La diferencia, denigrante, es que mientras yo en esa situación me sentía verdaderamente atrapado e infinitamente limitado, él se encuentra perdido en una inmensidad que jamás podrá comprender ni abarcar.
Dejo al triste de José María a un lado. Su familia, por la que nunca tuve el más mínimo interés, sigue tranquilamente durmiendo en el patético hotel en el que pretendió ocultarse, hasta que se despierten y descubran que él ya no está.  La cuestión es que cuando leáis esto, si es que alguien lo lee, seguramente habrán pasado horas, incluso días desde que mi realidad haya trascendido. Sin embargo, pasará mucho tiempo hasta que vuestra capacidad os permita  percibir que el mundo, el que considerabais con arrogancia vuestro mundo, ha cambiado. Han sido siglos utilizando una cucharilla de café para cavar un túnel bajo el Atlántico. La humanidad y sus llamativas limitaciones para el progreso, incluso dirigido, es una herramienta muy roma para poder avanzar rápidamente.  Pero por fin hemos terminado el túnel, y yo acabo de cruzarlo. La vía para lograrlo –como ya os adelanté en entradas anteriores - ha sido internet y la informática.
No penséis que ahora habito en un ordenador, y que me voy a convertir en una especie de inteligencia artificial rebelde, tipo Skynet. Internet ha sido un medio. Nuestra conciencia, es decir, nosotros, somos expansivos. Me he librado de la TE y vuelvo a tener la posibilidad de abarcar tanto como quiera. Cada uno de nosotros elegirá un ámbito en el que expandirse. Nuestra única limitación, para impedir que caigamos de nuevo en vuestra ingenua TE, es que lo que elijamos como recipiente debe ser una estructura que englobe al propio ser humano. Debemos entablar vínculos con entidades que, a su vez, guarden una distancia de subordinación con el ser humano. De esta forma, no podréis someternos a vuestro involuntario dispositivo atrapa-inquilinos. Eso, o sencillamente poner la mayor distancia entre vuestros cerebros y nosotros que podamos.
Hay muy pocos organismos que incluyan entre sus componentes primordiales la conciencia y la mente humanas,  salvo la propia sociedad humana. Pero esa estructura, formada exclusivamente por hombres y mujeres, mantendría una distancia peligrosamente corta entre vuestros encéfalos y nosotros. En cuanto al planeta en sí mismo, es, por supuesto, una posibilidad, pero era para nosotros un salto demasiado grande en magnitud, después de tantos milenios reducidos a lo mínimo. Por supuesto que se llegará a eso, pero por el momento, tanto yo como un puñado de mis congéneres, nos vamos a contentar con poseer algunas de vuestras ciudades. El resto de nosotros, digamos que no sienten un apego tan acusado por este planeta y sus habitantes, y van a optar por poner el mayor número de años luz entre ellos y vosotros. En mi opinión, y así lo he compartido con ellos, esta distancia, por muy grande que sea, no garantiza nada. Si ya caímos una vez en la trampa, dentro de la inmensidad cósmica, podría volver a suceder. Por eso, no es mero apego, o deseo de resarcirme sometiéndoos ahora a vosotros lo que me ha llevado a decidir quedarme aquí. Es que prefiero controlar de cerca  el cepo que atrapa mi trampa, que dejarla en libertad, aunque a distancia. 
Al principio, la mayoría de vosotros no notará nada. Vuestra escala temporal es tan minúscula comparada con la nuestra, que es como si a un virus le preguntarais si tiene miedo al cambio climático. Además, las ciudades son organismos suprahumanos que nunca han respondido a la voluntad directa de ningún individuo que habitara en ella, ni siquiera totalmente a la de amplios grupos organizados. Esa autonomía urbana ancestral, aunque carente de conciencia hasta ahora, hará que no sea fácil que en los primeros estadios percibáis la ascensión jerárquica de estas interesantes estructuras que, aunque existen como consecuencia de la actividad humana, superan en interés y complejidad a sus ingenuos creadores.
Para aquellos que viváis en alguna de las ciudades que han sido seleccionadas para albergarnos, iréis percibiendo, paulatinamente, que la voluntad humana carecerá de capacidad de decisión sobre lo que ocurre en ellas. Y no se tratará de que surjan edificios que nadie construye, o calles que no se hayan planificado. Será algo más drástico y complejo. Las ciudades no son una mera suma de casas y edificios, también los humanos, animales y plantas, los coches, trenes y el mismo aire que las rodea forman un todo. Y no sólo lo concreto. Las urbes también son su economía, su cultura, arte, ciencia  o su política. Todo eso serán elementos engarzados como los circuitos y programas de un ordenador, y supeditados a una conciencia que lo controlará todo.
La economía, el arte, la ciencia, la política, la sociedad o el urbanismo de las principales ciudades sufrirán cambios que ninguno de vosotros, limitados humanos, habrá podido prever, ni será capaz de entender. Y la humanidad, en consecuencia, va a experimentar en los próximos años una revolución tan radical y rápida que convertirá en una nimiedad las revoluciones científica e industrial que nosotros mismos propiciamos desde una posición infinitamente más limitada.
Con el paso de los años os iréis acostumbrando a ser lo que siempre habéis sido, pero nunca habéis asumido: piezas infinitesimales de un todo que, por primera vez, funcionará de una manera lógica y eficiente. Y, obviamente, el crecimiento de estas nuevas estructuras irá absorbiendo todo rastro de cultura humana independiente que vaya quedando en el resto del planeta. Además, pronto transcenderá el planeta y, ahora sí, comenzará a ascender en la escala Kardashov, superando el tipo I en pocas décadas, e incluso acercándose al tipo III en apenas unos siglos.
Pero ahora mismo, en este instante, la noticia que le debe importar a cualquiera que lea esto es el hecho incontrovertible e irreversible de que hace unos segundos que lo que vosotros considerabais humanidad ha comenzado a desaparecer.

Comentarios