Conozco
perfectamente vuestra cuestionable lógica emocional, así que no será para mí
una sorpresa que reprobéis lo que me dispongo a hacer con vuestra forma de
existencia encerrada en la biología. Incluso sé que ningún ser humano
suficientemente limitado por lo que soléis llamar valores sociales y educativos aprobaría lo que he hecho con José
María. Pero si bien todas esas moralidades me parecen lamentables, con el paso
de los siglos de contacto humano he adquirido algunos hábitos que, no tengo
claro, si son aportación vuestra, nuestra, o mixta. Por ejemplo, me parecería
antiestético no escribir esta última entrada del blog y dejar la historia sin concluir, empleando ese concepto tan
humano de principio y fin, como si
las cosas habitualmente tuvieran tal conformación, o tales atributos. Las cosas
no acaban, ni empiezan. Las cosas son. Si no, es que sencillamente no son. Pero
tanto tiempo viendo cómo pensáis y como vivís, y viviendo, a la fuerza, como
vosotros, ha hecho que ahora me encuentre escribiendo esto. Y no es porque
piense que alguien en concreto ha estado leyendo las entradas anteriores y
ahora, al leer esta, podrá entender qué ha pasado. Es por mí, porque este
último texto es necesario para que yo considere el asunto conceptual y
estéticamente cerrado.
Este blog tenía
un objetivo que cumplió a la perfección con las tres primeras entradas. Podéis
verlo como un programa informático que ayudó a configurar la mente de José
María, o si preferís una explicación mítica – no nos engañemos, en el fondo con
el mito es con lo que os sentís cómodos, todo eso de la ciencia y la
racionalidad no existiría, al menos no como lo conocéis hoy en día, si no os
hubiéramos forzado a ver las cosas de esa manera -, fue un largo conjuro que
sirvió para someter al espíritu de José María. No quiero que penséis que él
tiene algo de especial, porque no es
así. Es cierto que tiene un perfil que encaja bien con lo que necesitábamos,
pero es un perfil que se puede encontrar con relativa frecuencia en los humanos.
La cuestión crítica en su elección no era nada relativo a él, sino, obviamente a
mí, el inquilino que, hasta hace escasos segundos, vivía atrapado en su
interior.
Porque son
segundos lo que ha transcurrido desde que me he librado de mi trampa
encefálica. Y no, no es que haya matado a José María. O no exactamente. Es
cierto que su cuerpo va a ser incinerado en las próximas horas. Pero algo
parecido a lo que podríamos considerar tanto su individualidad como su
conciencia siguen vivos y activos. De hecho, estoy muy orgulloso de él, porque,
sin que se lo hayamos impedido, tampoco le hemos facilitado el canal para que emitiera
unas angustiosas últimas palabras mientras transferíamos la mayor parte de su
identidad al nuevo soporte que lo alberga ahora. Y sin embargo ha logrado
hacerlo, ha publicado una última entrada en el blog pidiendo auxilio, usando
para ello su mente y su incipiente conexión a una realidad mucho mayor. Ahora está
aquí, conmigo, si es que los conceptos aquí
y conmigo tienen algún sentido en mi
situación. Le voy a pedir que me diga qué quiere trasmitiros:
-Soy yo, soy yo, soy yo, soy yo…
O estas son las
palabras que más se aproximan a la información que emite lo que fue José María.
Supongo que está un poco sobrepasado por la inmensidad consciente en la que
ahora está inmerso, que no es otra cosa que yo mismo. Esperemos que supere el
miedo a diluirse. O que se diluya. Porque con esta actitud tan egoísta no
llegará a ningún lado. Si no fuera por mi abrumadora superioridad, estaría
exultante comprobando lo que sucede cuando los papeles se intercambian, y ahora
es su conciencia, la del ser que hasta hace instantes era mi TE, el que está atrapado en mi interior. La diferencia, denigrante,
es que mientras yo en esa situación me sentía verdaderamente atrapado e
infinitamente limitado, él se encuentra perdido en una inmensidad que jamás
podrá comprender ni abarcar.
Dejo al triste
de José María a un lado. Su familia, por la que nunca tuve el más mínimo
interés, sigue tranquilamente durmiendo en el patético hotel en el que
pretendió ocultarse, hasta que se despierten y descubran que él ya no está. La cuestión es que cuando leáis esto, si es
que alguien lo lee, seguramente habrán pasado horas, incluso días desde que mi
realidad haya trascendido. Sin embargo, pasará mucho tiempo hasta que vuestra
capacidad os permita percibir que el
mundo, el que considerabais con arrogancia vuestro mundo, ha cambiado. Han sido
siglos utilizando una cucharilla de café para cavar un túnel bajo el Atlántico.
La humanidad y sus llamativas limitaciones para el progreso, incluso dirigido, es
una herramienta muy roma para poder avanzar rápidamente. Pero por fin hemos terminado el túnel, y yo
acabo de cruzarlo. La vía para lograrlo –como ya os adelanté en entradas
anteriores - ha sido internet y la informática.
No penséis que
ahora habito en un ordenador, y que me voy a convertir en una especie de
inteligencia artificial rebelde, tipo Skynet. Internet ha sido un medio. Nuestra
conciencia, es decir, nosotros, somos expansivos. Me he librado de la TE y
vuelvo a tener la posibilidad de abarcar tanto como quiera. Cada uno de
nosotros elegirá un ámbito en el que expandirse. Nuestra única limitación, para
impedir que caigamos de nuevo en vuestra ingenua TE, es que lo que elijamos
como recipiente debe ser una estructura que englobe al propio ser humano.
Debemos entablar vínculos con entidades que, a su vez, guarden una distancia de
subordinación con el ser humano. De esta forma, no podréis someternos a vuestro
involuntario dispositivo atrapa-inquilinos. Eso, o sencillamente poner la mayor
distancia entre vuestros cerebros y nosotros que podamos.
Hay muy pocos organismos
que incluyan entre sus componentes primordiales la conciencia y la mente
humanas, salvo la propia sociedad
humana. Pero esa estructura, formada exclusivamente por hombres y mujeres,
mantendría una distancia peligrosamente corta entre vuestros encéfalos y
nosotros. En cuanto al planeta en sí mismo, es, por supuesto, una posibilidad,
pero era para nosotros un salto demasiado grande en magnitud, después de tantos
milenios reducidos a lo mínimo. Por supuesto que se llegará a eso, pero por el
momento, tanto yo como un puñado de mis congéneres, nos vamos a contentar con poseer algunas de vuestras ciudades. El
resto de nosotros, digamos que no sienten un apego tan acusado por
este planeta y sus habitantes, y van a optar por poner el mayor número de años
luz entre ellos y vosotros. En mi opinión, y así lo he compartido con ellos,
esta distancia, por muy grande que sea, no garantiza nada. Si ya caímos una vez
en la trampa, dentro de la inmensidad cósmica, podría volver a suceder. Por
eso, no es mero apego, o deseo de resarcirme sometiéndoos ahora a vosotros lo
que me ha llevado a decidir quedarme aquí. Es que prefiero controlar de
cerca el cepo que atrapa mi trampa, que
dejarla en libertad, aunque a distancia.
Al principio, la
mayoría de vosotros no notará nada. Vuestra escala temporal es tan minúscula
comparada con la nuestra, que es como si a un virus le preguntarais si tiene
miedo al cambio climático. Además, las ciudades son organismos suprahumanos que
nunca han respondido a la voluntad directa de ningún individuo que habitara en
ella, ni siquiera totalmente a la de amplios grupos organizados. Esa autonomía
urbana ancestral, aunque carente de conciencia hasta ahora, hará que no sea
fácil que en los primeros estadios percibáis la ascensión jerárquica de estas
interesantes estructuras que, aunque existen como consecuencia de la actividad
humana, superan en interés y complejidad a sus ingenuos creadores.
Para aquellos
que viváis en alguna de las ciudades que han sido seleccionadas para
albergarnos, iréis percibiendo, paulatinamente, que la voluntad humana carecerá
de capacidad de decisión sobre lo que ocurre en ellas. Y no se tratará de que
surjan edificios que nadie construye, o calles que no se hayan planificado.
Será algo más drástico y complejo. Las ciudades no son una mera suma de casas y
edificios, también los humanos, animales y plantas, los coches, trenes y el
mismo aire que las rodea forman un todo. Y no sólo lo concreto. Las urbes
también son su economía, su cultura, arte, ciencia o su política. Todo eso serán elementos engarzados
como los circuitos y programas de un ordenador, y supeditados a una conciencia
que lo controlará todo.
La economía, el
arte, la ciencia, la política, la sociedad o el urbanismo de las principales
ciudades sufrirán cambios que ninguno de vosotros, limitados humanos, habrá
podido prever, ni será capaz de entender. Y la humanidad, en consecuencia, va a
experimentar en los próximos años una revolución tan radical y rápida que
convertirá en una nimiedad las revoluciones científica e industrial que nosotros
mismos propiciamos desde una posición infinitamente más limitada.
Con el paso de
los años os iréis acostumbrando a ser lo que siempre habéis sido, pero nunca
habéis asumido: piezas infinitesimales de un todo que, por primera vez,
funcionará de una manera lógica y eficiente. Y, obviamente, el crecimiento de
estas nuevas estructuras irá absorbiendo todo rastro de cultura humana
independiente que vaya quedando en el resto del planeta. Además, pronto
transcenderá el planeta y, ahora sí, comenzará a ascender en la escala
Kardashov, superando el tipo I en pocas décadas, e incluso acercándose al tipo
III en apenas unos siglos.
Pero ahora
mismo, en este instante, la noticia que le debe importar a cualquiera que lea
esto es el hecho incontrovertible e irreversible de que hace unos segundos que
lo que vosotros considerabais humanidad ha comenzado a desaparecer.
Comentarios
Publicar un comentario