Cuatro


Estoy tan seguro de que no creéis que existo, y mucho menos que estéis en peligro, que hoy os voy a revelar lo que José María cree que ha ideado como estratagema de los inquilinos para acabar con la humanidad. Se lo he susurrado esta misma mañana, mientras se quitaba las legañas. El muy incrédulo ha creído que su cerebro, que aún ni siquiera había embadurnado en cafeína como acostumbra – no sé qué tiene esa sustancia, pero cuando la toma es como si me pusiera una camisa de fuerza y me metiera en la habitación acolchada – ha tenido una idea brillante a esa hora. Como si él tuviera alguna vez ideas brillantes. O como si alguno de vosotros la tuvierais. Vuestras ideas brillantes, a lo largo de la historia, han sido siempre nuestras. Ya os daré más ejemplos. 
Después de quitarse las legañas, poner algo de orden en los aproximadamente veintiocho pelos que le quedan en el casco y vestirse, se ha ido a trabajar. José María ha ido madurando la idea durante la mañana, y cuando ha llegado la hora del desayuno con sus compañeros, ha decidido que no podía esperar a contarlo en su flamante nuevo blog y lo ha soltado. A su manera, eso sí. Ha hecho una introducción muy efectista, mirando fijamente su móvil, pero sabiendo que Ana lo estaba mirando  -y si Ana le presta atención, los demás también lo harían-, ha dicho:  
-Cada vez dependemos más de las nuevas tecnologías. 
Toda una revolucionaria reflexión. Pero sólo ha sido una introducción para darse pie a sí mismo y proseguir: 
-Estos días he estado pensando… ¿habéis oído lo que está desarrollando Elon Musk, el dispositivo que van a sacar para conectar directamente el cerebro a los ordenadores? La verdad es que era una cuestión de tiempo. Pero ya prácticamente somos uno con nuestro móvil u ordenadores. La posibilidad de unirnos físicamente a ellos no es más que un pasito más. Una comodidad más. Y un cacharro más que pediremos a los Reyes o por el cumple. 
-Uff, no sé. A mí me da bastante mal rollo pensar algo así – ha respondido Ana
-La verdad es que yo sólo utilizo el móvil para el despertador y poco más – Andrea se incorporó a la conversación inmediatamente opinando algo que ni ella misma se creía. 
-Pues va a pasar – sentenció José María -, y pronto. Nos vamos a convertir en prolongaciones de nuestros propios ordenadores. O ellos de nosotros. Eso no lo tengo claro. Pero lo que sí que se me ha ocurrido es que, cuando ese proceso avance, en algún momento, dejaremos de ser seres humanos. Llegará un momento en el que todo lo que hemos sido y seamos en ese momento, estará en el interior de una máquina. Y ese momento, el de la singularidad, como he leído que lo llaman los expertos, será el de mayor vulnerabilidad por el que haya pasado la humanidad. 
-¿Vulnerabilidad? – Ana seguía atenta a sus delirios, mientras los demás habían vuelto a sus tostadas de jamón o al cotilleo sobre el último enchufado en la Unidad que desgranaba Ramón en el otro extremo de la mesa-, ¿pero ante quién?
-Esa es la cuestión. No se me ocurre quién. Pero si existiera un enemigo dentro o fuera de nosotros, ese será el momento que elija para acabar con nosotros y borrarnos, literalmente, de la existencia. 
A partir de ese punto no sé si José María siguió con su brillante reflexión y desarrolló más la idea del final de la humanidad, porque seguía con su fijación de darle importantes sorbos a su negrísimo café y, claro,  la cafeína acabó llegando hasta mí y bloqueándome mi conexión con el exterior hasta un buen rato después, cuando ya se encontraba en su puesto de trabajo y la conversación había terminado.  Pero he oído lo suficiente para cerciorarme, una vez más, del melodrama que el aparentemente frío y racional de mi anfitrión le pone a sus recetas mentales. Y también que no parece haber entendido completamente lo que los inquilinos  pretendemos hacer con vosotros, así que procedo a realizar algunas aclaraciones.  
Para empezar, la venganza no se encuentra entre nuestras prioridades. Os despreciamos porque, obviamente, sois seres muy inferiores a nosotros; y hay algo de odio, porque a pesar de eso, habéis logrado, sin ningún mérito por vuestra parte, bloquear nuestra evolución sine die. Pero ni yo, ni mis congéneres habitantes de la TE deseamos vuestra extinción. Sólo necesitamos aniquilar vuestra existencia biológica, acabar con vuestros cerebros y su vulgar actividad atrapa-inquilinos. Son cepos de neuronas que, por otro lado tampoco habrían logrado llegar demasiado lejos si no fuera por nosotros. Pero insisto, no hay animadversión más allá de nuestro comprensible anhelo de libertad. 
De hecho, os voy a hacer una confesión. En estos largos milenios de convivencia ha habido ocasión para mucho. Ya os he hablado de los momentos en los que la desesperación nos hizo manejar la hipótesis de que vivir con vosotros era una especie de simbiosis en la que todos salíamos beneficiados. La evidente asimetría de nuestra relación, en la que vosotros nos debéis absolutamente todo lo que habéis conseguido y lo que sois, y nosotros solo somos acreedores condenados a seguir aumentando la deuda, hizo difícil sostener la hipótesis de la simbiosis. 
La cuestión es que José María tiene razón en lo de vuestra vulnerabilidad. Existe un plan maestro que llevamos desarrollando aproximadamente desde Colón. Lo que vosotros denomináis Revolución científica es el inicio de nuestro más verosímil proyecto de emancipación. Un grupo de nosotros, en difícil pero sostenida comunicación, decidimos que la mejor manera de escapar era consiguiendo un desarrollo científico y tecnológico de la humanidad. La expectativa era la de un desarrollo mucho más explosivo de lo que fue. Hubo algo de sobrestimación de las capacidades humanas, y creímos, o yo personalmente creí, que en poco más de un siglo alcanzaríais  el nivel I en la escala de Kardashov de las civilizaciones. No ha sido así, y hemos tenido que continuar con pequeños impulsos a lo largo  de los quinientos años siguientes. 
Ahora, al fin, os hemos llevado de la mano hasta el borde, no de vuestra extinción, sino de vuestra trascendencia de lo biológico. No queremos haceros desaparecer a vosotros, queremos hacer desaparecer vuestros cerebros, estructuras por otro lado obsoletas y muy superadas por el desarrollo que hemos propiciado. José María tiene razón en que vuestra vulnerabilidad va a crecer exponencialmente en este inevitable proceso de trascendencia, pero yo os podría asegurar que nadie tiene interés en destruiros. Bueno, quizás no lo pueda asegurar, pero es cierto que no tengo indicios de que sea así. O no muchos indicios. La verdad es que la cosa no está clara, pero casi seguro que vuestro futuro se encuentra en algún punto intermedio entre ser dueños de vuestro destino y vuestra total aniquilación como forma de existencia.  

Comentarios