Vale, pues hasta aquí con esta ficción. En lo que a la historia se refiere, podéis asumir que tras la última entrada, José María cumplió su amenaza y se suicidó. Obviamente eso no solucionó el problema de los inquilinos, pero al menos sí el suyo. Es de suponer que la OEI no dispondría de medios para realizar su proyecto, y los inquilinos, con bastante probabilidad, acabarían avanzando en sus planes. Es un final abierto, lo reconozco, pero creo que ya hay bastante de este intento de novela por entregas.
La verdad sobre
todo esto es que nunca ha habido dualidad en mi mente. No existen dos
conciencias en mi interior, porque José María ya no existe. O mejor dicho,
nunca llegó a existir.
No tengo claro
si esto es algo que le pasa a todos, pero en el caso de José María, desde que
tengo recuerdo de él, que debe ser alrededor de los cuatro años, yo soy él. O
mejor dicho, yo estoy en él. Está claro, al menos para mí, que yo no soy José
María, lo que ocurre es que no podría deciros quién soy, porque no tengo nombre.
Me comunico, muevo, relaciono y existo para el resto de seres exclusivamente a
través de él. Pero claro, insisto en que, realmente, él no es nadie, no existe como individuo.
Hay indicios que
me hacen suponer que esto es así para todos, como por ejemplo el repetitivo
mito del alma humana. La idea de que la esencia de nuestra identidad es una
forma etérea que habita en nuestro interior, y que persistirá más allá de
nuestra biología, es común a muchas creencias, y no parece distar mucho de la
percepción de mí mismo de la que os hablo.
Pero el hecho es que no recuerdo habérselo oído decir abiertamente a
nadie, sin ayuda de mitos o religiones. Tampoco tengo claro de dónde provengo o
dónde estaba antes de que ocupara un lugar en el interior de José María. Teniendo
en cuenta lo que sé, la hipótesis de la trampa encefálica en la que pude caer
después de ser una conciencia libre vagando por el cosmos durante eones es
perfectamente verosímil para mí.
El objetivo de
escribir este blog era intentar acercarme a la esencia del problema, sin
abordarlo directamente. Me convencí a mí mismo diciéndome que sería divertido
construir una ficción tan aparentemente disparatada, pero tan próxima a la
realidad, sin que nadie pudiera saber que esto era así. Pero he decidido dejar
de engañarme a mí mismo y aceptar el fracaso. La realidad es que mi pretensión
era intentar que alguien en la misma situación que yo – en mi hipótesis más optimista,
cualquier ser humano- que leyera la historia de José María y su inquilino, se
sintiera tan próximo a ella que intentara establecer contacto conmigo
sincerándose. Romper el tabú que se cierne sobre este tema, sobre la
posibilidad – para mi, hecho evidente – de que seamos una entidad consiente
atrapada en una montaña de células.
El fracaso ha sido
estrepitoso. Y no es que sea la primera vez que escribo algo con pretensiones
de ser leído e, incluso, entendido, y que acabo cansándome porque no obtengo ni
el eco de mis palabras. Pero esta vez he ido mucho más lejos en mi osadía. He
apostado fuerte y he intentado afinar la sinceridad de la ficción hasta que
pensé que yo mismo me estaba cortando con su hoja. Aunque sí que he captado
algo proveniente del receptor de mi mensaje, no ha sido precisamente lo que
esperaba. Aquí transcribo alguno de los comentarios que me han ido llegando
estos días:
“Me ha encantado
lo del arte rupestre… ¿Cómo se te ocurren estas cosas? Intentaré seguir
leyéndote, aunque, francamente, me cuesta un poco. Eres un pelín enrevesado.
¡Pero mola mucho! ¡Animo! ¡Sigue así!”
“Genial crítica
a las nuevas tecnologías.”
“¿No eras
abstemio?”
“Me hace gracia
la cuestión de la trascendencia. No sé si hay sinceridad en esta última parte
del blog o no, pero reconozco en ella la hipocresía de los ateos de postureo: Dios no existe, pero necesito pensar que voy
a seguir viviendo eternamente”.
“Había dejado de
leer tus escritos de ficción, eran demasiado para mí, pero he cometido el error de empezar a leer
este blog, como el otro que escribías sobre Sevilla era tan interesante… El
caso es que la cosa no ha cambiado. O sí. Ha ido a más. ¿Todo bien?
Papá”
“Espero que esto
lo leas después de un buen café… tengo la solución para acabar con tu
inquilino: haloperidol. Ánimo, de todo se sale.”
“¿Por qué?”
Ha habido un
puñado más de mensajes, pero voy a parar aquí porque está sucediendo algo en
este momento. Cuando este mediodía he vuelto a casa del trabajo había alguien
en el portal de la urbanización en la que resido. No es que esto sea nada
extraordinario, pero me extrañó que estuviera allí. No era un vecino, pues yo
no lo conocía, pero tampoco parecía estar esperando que le abrieran la puerta o
que alguien bajara. Más bien parecía estar atento o vigilando algo. Lo he
olvidado hasta que hace un rato he acostado a mi hija. Al dejarla en la cama he
mirado a través de su ventana que da al patio interior de la urbanización, y he
visto que ese mismo individuo estaba sentado en uno de los bancos, justo el que
le permitía mirar directamente hacia mi casa.
Hace unos veinte
minutos mi mujer se ha acostado y ha apagado la luz del dormitorio, que también
da al patio en el que está el tipo vigilante. Hace diez minutos, tal vez menos,
he comenzado a oír unos ruidos en la puerta de la casa. He ido rápidamente a la
entrada, he encendido la luz y he preguntado: “¿Hay alguien ahí?”. Los ruidos
han cesado de inmediato, me he asomado a la ventana del salón, y he visto como
la sombra oscura del vigilante salía de la puerta de mi bloque y se sentaba de
nuevo en el banco, mirando hacia las tres ventanas de mi casa que dan al patio,
que ahora están completamente apagadas. Eso le habrá hecho pensar que nos
habíamos acostado, aunque yo seguía despierto en mi despacho, cuya ventana no
se abre al patio en el que él vigila.
No sé qué es lo que pretende. Puede ser un vulgar ladrón, o tal vez no. He llamado a la policía, pero algo me dice que esto no tiene nada que ver con un robo. No creo que esa sea la actitud habitual de un ladrón de pisos. En cualquier caso, he decidido terminar de redactar esto, publicarlo, y no voy a esperar que llegue la policía. Voy a despertar a mi mujer y a mi hija y vamos a salir de aquí por el garaje. Espero poder contaros el resto.
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